ESCUELA DE PADRES

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PONER LÍMITES A NUESTROS NIÑOS/AS

En el libro de Robert. J. Mackenzie 'Poner Límites. Cómo educar a niños responsables e independientes con límites claros' (Ed. Medici, 2006) además de explicar la importancia de poner límites claros, explica una serie de pautas para que los padres identifiquen claramente cuál es su estilo educativo (punitivo o permisivo) y cómo salir de él para aplicar un estilo más 'democrático'. Se enseña a los padres a establecer límites y a aplicar consecuencias. Es un libro fácil de leer y con muchos ejemplos en los que los padres se sienten identificados, y es útil para los padres desde que sus hijos son pequeños hasta que se convierten en adolescentes.
Uno de los aspectos más interesantes es el de la aplicación de consecuencias. Cuando uno establece un límite espera que su hijo lo respete, pero no siempre es así. Habitualmente después de poner una norma, si no se cumple, los padres llevan a cabo numerosas intervenciones verbales (avisan varias veces, gritan, amenazan, razonan, pactan, ruegan para que se porte bien, critican) y cuando nada de esto funciona, entonces actúan desesperados y habitualmente muy, muy enfadados. Ahí entonces actúan: aplican un castigo o les dan un cachete. ¿Son necesarias tantas intervenciones verbales y llegar a enfadarse para que a uno le obedezcan? En realidad no, y el autor propone un método muy sencillo: Respaldar los límites con consecuencias. Para eso plantea tres técnicas para aplicar los límites:
  • Verificación: comprobar que nos ha oído, así que no es necesario repetir.
  • Corte: no hay opción a discusiones, quejas o tratos.
  • Tregua: si una o las dos partes están muy enfadadas hay que dar un tiempo de tregua para que una o ambas partes se calmen antes de resolver el problema.
Entonces, en primer lugar hay que tener claro cómo debe ser el límite. No es lo mismo decir a un niño "vale ya, eres un pesado" que decir "tienes que esperar a que termine de hablar por teléfono". Por tanto, el límite o norma que establecemos debe ser:
  • Cuanto más claro y conciso mejor. Hay que ir al grano (y esto no siempre es fácil).
  • Utilizad un tono de voz firme pero normal. No hace falta gritar.
  • Anunciar la consecuencia de antemano.
  • Y lo más importante: cumplir la consecuencia si es necesario.
¿Cuáles son esas consecuencias? El autor del libro las divide en dos categorías:
  • Consecuencias naturales. Es la que sigue de manera natural a una situación. Por ejemplo, si se le cae el helado porque estaba despistado, lo natural es que se quede sin helado. Así la próxima vez tendrá más cuidado. "Vaya, qué faena, se te ha caído el helado. La próxima vez tendrás que tener más cuidado". No hace falta sermonearle, sólo con experimentar las consecuencias negativas de sus actos le sirve para aprender para futuras ocasiones. Lo contrario sería sobreprotegerle.
  • Consecuencias lógicas. Se llaman así porque están relacionadas con la conducta en cuestión. Por ejemplo: si se escapa corriendo por la calle tendrá que ir de la mano o en la silleta hasta que aprenda a no escaparse; o si se niega a recoger las pinturas se quedará sin ellas unos días.
¿Y cómo se aplican esas consecuencias?
Primero hay que anunciarla previamente cuando sea posible para que el niño sepa a lo que atenerse. Hay que transmitirla con calma y hacerla cumplir del mismo modo. No es necesario criticar ni humillar al niño. Segundo, hay que aplicarlas cuantas veces sea necesario y de manera inmediata; y en último lugar, una vez cumplida, borrón y cuenta nueva (no es necesario seguir echándoselo en cara el resto del día).



DEBATE "APRENDER A LEER Y A ESCRIBIR"

CELOS

Los celos entre hermanos pueden ser preocupantes e incontrolables si se prolongan en el tiempo

La edad crítica de los niños para sufrir por la pérdida de protagonismo está entre los cuatro y cinco años, según los psicólogos
  • 27 de junio de 2002
Cuando un nuevo bebé entra en casa, comienzan las rabietas, las pataletas, las peleas con otros niños y las travesuras del hijo primogénito por la pérdida de protagonismo. Aunque tener celos con apenas cuatro años es algo normal en la mayoría de los niños cuando tienen un hermano, la situación puede tornarse preocupante e incontrolable para los padres si los síntomas se prolongan en el tiempo y el primogénito no llega a comprender que el cariño de la figura materna puede ser compartido.
"El mayor siente que puede perder el cariño de sus padres porque tiene una forma de comprender el mundo egocéntrica -la entiende desde su punto de vista-", explica María Jesús Fuentes Rebollo, miembro del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Málaga (UMA). "Esa forma de pensar es propia de niños menores de seis años, edad en la que su conducta evoluciona y tienen otra capacidad de razonamiento", añade esta experta en psicología infantil que alerta de que si a partir de esos años el niño continúa manifestando síntomas de celos es probable que necesite ayuda profesional. También lo es cuando se agrava su conducta, empieza a tener problemas en la escuela y tiene alteraciones permanentes en el sueño o en los hábitos alimenticios, suponiendo todo un cambio en la vida familiar.
¿Por qué tienen celos?
"La característica esencial del celo es el miedo, un gran miedo a perder a la figura amada, que en el caso de los niños suele ser la madre", afirma Manuel Jiménez Hernández, profesor de Psicopatología Infantil y Juvenil en la Universidad de Málaga, quien especifica que partiendo de esta definición "se puede entender que la situación más propicia que va a dar lugar a los celos es la presencia de un nuevo hermano".
Solamente el hecho de anunciar el embarazo puede provocar en el hijo una reacción de celos, aunque normalmente las manifestaciones surgen cuando comienza a haber una transformación en la vida del niño. "Los celos infantiles son normales y es una reacción que se produce ante un cambio en el sistema familiar. Cuando no se superan, cuando permanecen en el tiempo, cuando los síntomas que consideramos normales se agravan o aumentan es cuando hay que preocuparse", manifiesta Fuentes.
"Es más frecuente cuando los niños se llevan pocos años, 2, 3, 4 a lo sumo, y, sobre todo, en el primogénito porque la familia está organizada para atender a un sólo niño", aclara la experta en psicología, quien coincide con Jiménez cuando éste detalla casos reales: "Muchas veces el motivo de sacar a un hijo del dormitorio de los padres es porque viene un hermanito y hay que hacerle sitio, otras veces se echa mano de una persona para que ayude en la casa y obligan al niño a pasar más tiempo con ella". "Hay una serie de cambios que anuncian al hijo mayor una amenaza en el horizonte", añade este especialista en temas clínicos.
Pelea por los juguetes
"Lo normal es que los niños hoy día se lleven entre sí 2 o 3 años de diferencia y el nuevo bebé aparece como una amenaza en la vida del más grande, pero luego ve que interfiere poco en sus actos, está quieto, no se mueve", explica María Jesús Fuentes para apuntar que lo peor es cuando tienen 4 ó 5 años: "El otro comienza a andar, le quita los juguetes y cuando acude la madre le dice que tiene que cuidar al pequeño, que las cosas son de los dos, pero él todavía no lo entiende".
Luego la situación se controla y a partir de los 6 y 7 años el niño ve en su hermano un compañero de juego al que puede manipular y que lo considera un modelo a seguir. "Es la evolución normal, las relaciones son ahora de cooperación y, por otra parte, ya no necesitan la intervención de la madre", subraya Fuentes.
Pero cuando surgen las discusiones entre los niños, originadas por el comportamiento del celoso, o cuando éste hace algo inadecuado, hay que tener en cuenta que "nunca se van a superar los celos castigándole porque ellos no son conscientes de lo que hacen", apunta Manuel Jiménez.
"El relaciones públicas"
A su corta edad, el primogénito no es capaz de asimilar el cambio, ya que antes toda la atención era para él y ahora ha de ser compartida por alguien. Sin embargo, también existe otra estructura familiar en la que se instalan los celos: en las familias numerosas de tres hijos "el segundo puede ser el que lo pasa peor porque está entre el primero que es el mayor y el que tiene más privilegios, y el menor, que acapara toda la atención de los padres", apunta Jiménez, quien asegura que a estos niños se les suele llamar entre los psicólogos "El relaciones públicas" porque "solventan sus problemas buscándose alianzas fuera de la familia, en los amigos o en otros familiares".
Sin embargo, "los celos son más frecuentes en las familias de dos hijos que en las numerosas", según la psicóloga de la UMA, porque la atención está más repartida. Igual ocurre en los pueblos, "allí, los niños no están tan apegados a la madre. Está la vecina, la abuela, mientras que en la ciudad, sólo existe la pareja", admite Jiménez.
Las relaciones entre los adultos son otro motivo de referencia en el niño celoso, ya que "muchas parejas no están preparadas y suelen discutir porque no saben llevar la situación", explica Jiménez. Por su parte, Fuentes señala que los padres "deben de estar de acuerdo en el criterio educativo, en cómo intervenir con el pequeño y con el mayor, en repartir la atención y estar todos juntos haciendo cosas divertidas".
"El matrimonio viene a la consulta porque ven al niño sufrir y no saben cómo tratar el tema. Transmitir el mensaje de que no se sienta desplazado es difícil y muchas veces el niño no lo entiende y vuelve a hacerse pipí en la cama, tiene pesadillas, quiere volver a tomar el biberón y los padres no saben cómo solucionar esto", matiza Manuel Jiménez.
Pesadillas
Gracias a la experiencia, Jiménez conoce perfectamente los trastornos en los sueños de los niños celosos, que suelen "girar en torno al recién nacido". En las pesadillas de los niños aparece la figura de un hombre que rapta al bebé, mostrando así los sentimientos ambivalentes del hermano mayor que siente cariño por el nuevo inquilino de la casa, pero que por momentos quiere que "desaparezca" de su entorno.
Los dibujos también son otra forma de conocer los pensamientos infantiles. "Normalmente el niño engrandece la figura más valorada y en estos casos suele ser la madre con él", especifica este psicólogo, que admite que en los trazados de los niños "observamos la rivalidad, ya que suelen dibujar al bebé más apartado de las figuras que representan a la madre y al padre, mientras él se pone en el centro o contrariamente se dibuja muy lejos y muy empequeñecido".
La situación se agrava cuando los profesores admiten que la conducta del niño ha cambiado considerablemente: "se aísla demasiado, es muy agresivo y de ninguna manera quiere ir al colegio", señala Fuentes.
La familia, desquiciada
Cuando los celos pasan de lo normal y la familia no sabe cómo afrontar la situación se desequilibran las estructuras y terminan todos "desquiciados". Jiménez asegura que "los padres se dan cuenta de que es una situación que se les escapa de las manos y que muchas de las reacciones del niño no son premeditadas" y suelen cometer el error de centrar entonces "su atención sobre el celoso, con lo cual multiplican el problema ya que toda conducta que recibe atención tiende a potenciarse".
Las pautas más recomendadas por los psicólogos para que estas situaciones extremas no lleguen a aparecer en el niño es "prevenir la llegada de un nuevo miembro a la casa".
Hay muchas formas de hacerle entender que va a tener un nuevo hermano, desde crear expectativas favorables de cómo va a ser la vida con la llegada del nuevo hermano hasta leerle cuentos en donde la situación se refleje. Todo puede ser válido para crear en el niño la ilusión de que dentro de poco va a tener un nuevo compañero de juegos y aventuras.






 

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